Cuadro número 1:
Se ve un solo edificio erguido sobre una montaña, que perfila sus acantilados con orgullo contra un cielo azul, algo ennubecido, pero
vital. El edificio es como un falo erecto, poderoso, con hambre de mundo, de vida. El manto del pudor es como un río de
semen que corre cuesta abajo buscando otros cauces de... miel. ¿Estará contento este edificio? ¿Es un edificio o es
un castillo solitario? ¿Por qué se levanta con esos precipicios como dientes afilados? Hay una luz que sale por sus vitrales intactos,
pero su puerta está cerrada: ¿cómo se podrá penetrar tanta majestuosidad? No hay ni un verde de esperanza, pero un cielo
azul siempre podrá regalar alguna lluvia para la vida...

Cuadro número 2:
En medio de la quietud estéril aparece otro edificio: ¿una esperanza para tanta aparente perfección inmóvil? El castillo-edificio
no se derrumba, pero yace en medio del páramo; se dobla por el peso de su propia hambre; tal vez, ¡Oh, Dios!, muere
de sed junto a la fuente de vida que trae el otro edificio, que no lo puede tocar ni en sueños, aunque lo desea mucho. ¿O
es el miedo a perder su quietud lo que lo mata? El miedo le devora el alma. El edificio se olvida que el cuerpo es el jardín
del alma y que hay que cultivarlo; él sólo rechaza la oportunidad de tender un puente entre las grietas. Olvida que
"el Amor es un puente entre dos soledades", como genialmente definió Rilke. No hay edificios erectos, como falos poseídos
por la alegría de dar y recibir. El manto del pudor es sólo como un recuerdo del río de semen, que es arrastrado por
una desnudez minúscula, anónima, triste...cada vez hay menos cielo y las puertas siguen cerradas...

Cuadro número 3:
El paroxismo de la soledad, que es la soledad en compañía: mundos paralelos que no se tocan o se tocan sólo en la superficie,
en las paredes, pero no en el alma. Ha aparecido el tercer edificio, pero lejos de complementar, lejos de ser una suma
plácida, es un desastre de locura, un amasijo de estructuras que se doblan, ahora más todavía, por el peso de sus hambres...
¿Por que no están erectos y felices, como falos recién succionados por la vida? ¿Por que tanta y tanta puerta cerrada?
¿Por qué tanto silencio castrante? ¿Y la risa de la vida? La desolación del manto del pudor es abismal, digna de lástima.
Son castillos silenciosos, islas a la deriva, el esplendor de la nada...con sus puertas cerradas.
Sobre un tríptico
lejano y propio: No hay nada como la inmediatez, el desbordamiento de los sentidos, cuando se tiene la oportunidad de
ver las obras, humanas y divinas, en vivo y en directo; cuando, además de ver, se puede tocar con las manos y el corazón; cuando
se pude oler el olor de la vida; cuando se puede saborear el esplendor del todo, en un trozo de humanidad. Sin embargo,
cuando se es altamente agradecido, alguien puede dar las gracias incluso por la limosna de una imágenes lanzadas desde
la distancia. "Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?", clamó el poeta y sólo le respondió el silencio... Vence el instante,
dice la voz de lo eterno, y recobrando el aliento, el bendecido por la gracia de un instante mágico que alguna vez fue,
dice: gracias. Se agradece hasta el vacío reflexivo que dejan tres cuadros, una sola pincelada, de un alma que no se
desborda ni para sí misma; un alma que se construye su castillo, sus edificios, en medio de la jungla de asfalto y cierra
sus puertas, a cal y canto, para que la vida no le descascare la pintura, para que alguna pelota juguetona no le rompa
los vitrales, para que el tiempo lo devore sin rencores... ¿Y la lluvia fértil y sanadora? ¡Ah!, que no llueva para
que pueda seguir, entonces, en ese limbo tan silencioso y torpe, para que la vida no lo penetre con su saliva victoriosa
y sabia...
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